Otro día en la vida de los Ruiz

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Adriana Alejandra Martínez Vásquez

En la casa de los Ruiz, cada día era una lucha. La señora Margarita se levantaba antes del amanecer para preparar los bollos y tortillas que vendería durante el día. El señor Rubén trabajaba largas jornadas fuera de casa, y su hija mayor, Paola, asumía gran parte de las responsabilidades en el hogar, especialmente el cuidado de su hermano menor, Manuel. La parálisis cerebral de Manuel afectaba su movimiento y equilibrio, por lo que Paola se encargaba de recordar su medicación, estudiar con él y asistir a sus citas de terapia física y rehabilitación junto a sus padres.

En 1975, Rubén recibió una oferta de trabajo que obligó a la familia a mudarse a un nuevo distrito. Los niños cambiaron de colegio, lo que trajo consigo varias complicaciones.

El 28 de marzo de 1975, Manuel y Paola se prepararon para ir a la escuela como de costumbre. Al subir al autobús, comenzaron a escuchar risas y murmullos. Manuel, ya acostumbrado a la situación, se sentó sin prestar atención a los comentarios, pero Paola no podía tolerar el malestar. Al llegar al colegio, ambos se dirigieron a sus respectivas aulas.

Un día, durante la clase de Educación Física, Manuel quiso unirse a un juego de pelota con sus compañeros, pero estos se burlaron de él y mostraron desinterés en integrarlo. A pesar de sus intentos de unirse al juego, uno de los niños pateó el balón deliberadamente hacia una de las piernas de Manuel, quien perdió el equilibrio y cayó al suelo. Los demás niños solo observaban y reían mientras Manuel trataba de levantarse solo.

Paola, que pasaba por el pasillo, vio la escena desde el patio y acudió de inmediato a ayudar a su hermano. Los compañeros de Manuel dijeron que él había perdido el equilibrio mientras jugaba, pero Paola no creyó su versión. Al escuchar a uno de los niños llamar a Manuel "tarado" por no poder levantarse, Paola se enfureció y comenzó a pelear con los estudiantes, gritando y empujando. El escándalo llamó la atención de los maestros, quienes llevaron a los alumnos a detención.

Paola recuerda que, siendo la mayoría, los compañeros de Manuel ofrecieron una versión distorsionada de los hechos. “La decisión ya estaba tomada, incluso antes de que ellos entraran”, señala.

Al llegar a casa, la señora Margarita, preocupada por las caras largas de sus hijos, les preguntó qué había pasado. Paola, con lágrimas en los ojos, entregó a su madre una carta.

"Estimada Margarita Ruiz,

Lamentamos informarle que, como institución, no consideramos apropiado el comportamiento de sus hijos durante los primeros días de clase. Entendemos que adaptarse a un nuevo entorno puede ser difícil, pero ya han ocurrido numerosas incidencias en las que han estado involucrados en conflictos y desorden.

Creemos que esta institución no es adecuada para ellos y les sugerimos reconsiderar su permanencia en este año escolar. Queremos enfatizar que hicimos todo lo posible para integrar a sus hijos, especialmente a Manuel Ruiz, pero parece que no lograron adaptarse ni relacionarse adecuadamente con los demás estudiantes.

Lamentamos los inconvenientes y esperamos que entienda esta decisión".

Margarita entendió claramente que la familia había sido expulsada y notó las mentiras en la carta. Al llegar Rubén, le mostró el documento y ambos abrazaron a sus hijos, asegurándoles que todo estaría bien y que no tenían culpa alguna.

Este episodio fue solo uno de muchos desafíos que la familia Ruiz enfrentó debido a la ignorancia y discriminación hacia Manuel. Con el tiempo, Paola y Manuel lograron graduarse, ella como fisioterapeuta y él en farmacia. Actualmente, Paola vive cerca de mi comunidad y Manuel está pensionado, con una pequeña botica a su nombre.

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