Más allá de las fronteras

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Daniela Sanz

Ariana, una madre desesperada por salvar a su hija Luisa de la violencia en El Salvador, emprendió un peligroso viaje hacia Estados Unidos. Dejó atrás a su esposo y otros hijos con la esperanza de reunirse con su hermana en el país norteamericano y comenzar una nueva vida. Con pocas posibilidades económicas, madre e hija subieron a un autobús rumbo al norte.

El 21 de agosto de 2019 llegaron a la frontera entre México y Estados Unidos, sin imaginar las dificultades que las esperaban. Solicitaron asilo en Estados Unidos, pero su petición fue rechazada y ambas fueron detenidas. Unidas por la incertidumbre y el miedo, compartieron el dolor de ser confinadas en el Centro Residencial Familiar del Sur de Texas. Dos días después, Ariana comenzó a ser entrevistada, sin saber que debía haber solicitado protección en México antes de llegar a la frontera estadounidense. Así, Ariana y su hija de nueve años fueron arrestadas en la ciudad de Dilley.

La situación solo empeoró con el tiempo. Aunque la ley estadounidense permitía que Luisa, por ser menor de edad, saliera del centro después de veinte días para quedarse con un familiar, la niña se negó. Prefirió permanecer con su madre. Ariana sabía que debía hacer todo lo posible para salir junto a su hija y evitar que las deportaran de regreso a El Salvador.

Día tras día, mes tras mes, la espera se volvió insoportable. Por fortuna, Ariana consiguió abogados gracias al apoyo de su hermana, quien también estaba profundamente preocupada por su situación. A pesar de los esfuerzos de las autoridades estadounidenses por deportarlas, los abogados de Ariana luchaban desesperadamente por mantenerlas juntas y protegerlas de un retorno peligroso, dándoles una pequeña esperanza en medio de la tragedia. Luisa, por su parte, se sentía triste, ya que habían pasado dos navidades en aquel lugar, además de vivir el encierro en plena pandemia de COVID-19.

Desde el confinamiento, madre e hija sufrieron los efectos de la crisis mundial provocada por el virus mortal. Escuchaban noticias de hospitales desbordados por pacientes agonizantes, del heroísmo del personal médico que, con recursos limitados, intentaba salvar vidas. También supieron que los aeropuertos se llenaron de migrantes, como ellas, en busca de refugio. Eran escenas alarmantes y aterradoras que oscurecían aún más la ya difícil situación de Ariana y Luisa.

El caso de esta madre e hija salvadoreñas no es único. Refleja la realidad de muchas familias migrantes que, en busca de una oportunidad, quedan atrapadas entre políticas crueles y leyes migratorias implacables. La negación de un futuro seguro para quienes huyen de la violencia es un capítulo oscuro en la historia de la humanidad. Durante la pandemia, el Gobierno de Estados Unidos justificaba las detenciones y deportaciones argumentando que los migrantes no tenían base legal para permanecer en el país, incluso cuando estos buscaban protección.

La determinación de Ariana de no separarse de su hija, a pesar de todos los obstáculos, muestra el inquebrantable amor que las une en esta dura travesía. Sin embargo, es desgarrador ver cómo Luisa, en medio de esta pesadilla, anhela una vida normal y la educación que le fue arrebatada durante los 531 días que pasó en el centro de detención, mientras sueña con un futuro libre junto a su madre. Ante esta realidad, surge una pregunta dolorosa: ¿quién podría soportar la idea de ser arrancado de su propia hija?

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