Darién: tierra desafiante y peligrosa

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Jefferson Rodríguez

En Cuba, la situación actual ha llevado a muchos de sus habitantes a abandonar el país para escapar del sistema político predominante. Uno de ellos es Manuel, a quien mi padre conoció mientras estaba en Panamá, y cuya historia me contó.

Un día, Manuel y su esposa tomaron una difícil decisión: perseguir el sueño americano. Debido al peligro del viaje, Manuel decidió adelantarse sin ella, acompañado de su mejor amigo, Raúl. Así comenzó su travesía en 2018.

Desde la isla caribeña, los amigos volaron a Guyana, atravesaron el Amazonas y tomaron autobuses hasta la frontera con Perú. Luego llegaron a Lima y cruzaron el cerro Cuco hacia Ecuador. Tras un breve descanso, pasaron la frontera de Colombia y continuaron hacia el Tapón de Darién.

La selva del Darién es una región situada entre Panamá y Colombia, que conecta Sudamérica con Centroamérica. Abarca un denso laberinto de 5000 kilómetros cuadrados de bosques tropicales, montañas escarpadas y ríos, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Este territorio inhóspito ha desafiado a exploradores y migrantes a lo largo de la historia.

Al llegar, los dos amigos se encontraron con escenas macabras: cadáveres en descomposición y cuerpos colgados. También vieron a personas de distintas nacionalidades que acababan de arribar.

Manuel y Raúl siguieron caminando, pero pronto un grupo de delincuentes los asaltó, robándoles todo, excepto el celular. Fueron asaltados ocho veces en total, y en el último incidente, Manuel, desesperado, le dijo al ladrón que lo matara, ya que lo único que le quedaba era su vida.

Luego se unieron a un grupo de veinte personas que cargaban la estatuilla de un santo, buscando protección. Poco a poco, más migrantes se sumaron hasta ser 71.

Durante la travesía, hacían paradas en pequeños asentamientos rudimentarios construidos por otros migrantes. Al día siguiente, encontraron a tres hombres armados con rifles de asalto, trabajadores de narcotraficantes. Estos les ordenaron cambiar la ruta para proteger la ubicación de laboratorios clandestinos.

La ruta más corta implicaba cruzar un río cercano, lo que representaba el riesgo de enfrentarse a corrientes fuertes o a ataques de animales acuáticos.

Sin más opciones, decidieron atravesar el río juntos. De repente, un cocodrilo se acercó rápidamente. A pesar del peligro, Raúl regresó para ayudar al resto del grupo, pero fue atacado por el reptil. Manuel intentó intervenir, pero los demás lo detuvieron. Finalmente, el grupo se alejó con la traumática imagen de la sangre de Raúl tiñendo el río.

Tras este incidente, Manuel comenzó a sufrir episodios de estrés postraumático por la muerte de su amigo. El recuerdo lo agobiaba y lo llenaba de culpa.

Días después, el grupo llegó a un refugio en Chiriquí. Un policía evangélico se unió a ellos y, con el paso del tiempo, la incertidumbre creció entre los migrantes. En un momento de desesperación, el policía rezó por ellos y, al terminar, vieron el rostro de Jesús reflejado en unas toallas en el fondo de una fotografía que tomaron. Este evento inesperado les devolvió la esperanza.

Finalmente, Manuel escuchó sobre un coyote que ayudaba a migrantes a cruzar hacia Costa Rica. Junto con otros cuatro migrantes, decidió escapar durante la noche, llevando sus pasaportes para evitar la deportación.

Después de una larga lucha, Manuel llegó a Estados Unidos, donde obtuvo la residencia permanente como refugiado y comenzó a trabajar para enviar dinero a su familia en Cuba.

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